El delicioso chisme chusma
Dirán que es inescrupuloso. En muchas ocasiones lo es. Pero en otras, una mirada entrometida puede describir a un personaje más de lo que pueda llegar a hacerlo una foto precisa o una noticia relevante. Más aún si es de un político.
Por lo que sea, es una sección que está de moda y cada vez son más las publicaciones que dedican breves -pero incisivas- líneas al chisme político.
Creo que la sección madre por excelencia son las filosas balanzas de Noticias. No son más de diez palabras, pero escritas sin tapujos. En más de una redacción varios colegas admitieron que son una lectura fija. Otros, más fanáticos, son lo primero que leen. Y hasta algunas celebridades -incluso actores del tipo “no me importa”- y varios políticos confesaron mirarlas de reojo.
El chisme político divide aguas. Hay profesionales que lo defenestran porque invade la privacidad; otros consideran que la vida privada de los funcionarios es noticia a veces pero, otras, es peligroso o irrelevante y están los que dicen que siempre tienen valor.
Por caso, la periodista Olga Wornat corrió los límites con su best-seller de los noventa: Menem, la vida privada. Un libro osado para muchos, pero que logró pintar la lógica del poder de entonces como pocos. Y que a más de un crítico le hubiese encantado escribir.
Lo novedoso es que hoy estos microchimentos proliferan en la gráfica. Ya hace tiempo que en el diario Clarín publican “En voz baja”, al igual que La Nación, con su más formal "Sólo en off". Y desde hace no muchos números, la revista Veintitrés les dedica una página: “Las paredes oyen”. Pero si hay una que sección del estilo que captó mi atención, ésa es el "Espía", en el suplemento Domingo del diario Perfil.
Mi opinión es que los límites del chisme de una persona pública -un funcionario- están más allá que los de una persona famosa -por caso, una actriz-. Al margen de esto, el tema es que los tienen. La clave del éxito -o el escarmiento- es descubrir dónde.
Por lo que sea, es una sección que está de moda y cada vez son más las publicaciones que dedican breves -pero incisivas- líneas al chisme político.
Creo que la sección madre por excelencia son las filosas balanzas de Noticias. No son más de diez palabras, pero escritas sin tapujos. En más de una redacción varios colegas admitieron que son una lectura fija. Otros, más fanáticos, son lo primero que leen. Y hasta algunas celebridades -incluso actores del tipo “no me importa”- y varios políticos confesaron mirarlas de reojo.
El chisme político divide aguas. Hay profesionales que lo defenestran porque invade la privacidad; otros consideran que la vida privada de los funcionarios es noticia a veces pero, otras, es peligroso o irrelevante y están los que dicen que siempre tienen valor.
Por caso, la periodista Olga Wornat corrió los límites con su best-seller de los noventa: Menem, la vida privada. Un libro osado para muchos, pero que logró pintar la lógica del poder de entonces como pocos. Y que a más de un crítico le hubiese encantado escribir.
Lo novedoso es que hoy estos microchimentos proliferan en la gráfica. Ya hace tiempo que en el diario Clarín publican “En voz baja”, al igual que La Nación, con su más formal "Sólo en off". Y desde hace no muchos números, la revista Veintitrés les dedica una página: “Las paredes oyen”. Pero si hay una que sección del estilo que captó mi atención, ésa es el "Espía", en el suplemento Domingo del diario Perfil.
Mi opinión es que los límites del chisme de una persona pública -un funcionario- están más allá que los de una persona famosa -por caso, una actriz-. Al margen de esto, el tema es que los tienen. La clave del éxito -o el escarmiento- es descubrir dónde.
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